LA RELIGIÓN Y LA CIENCIA.
La fe y la razón (Fides
et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva
hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el
deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo
y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33,
18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2). (Encíclica Razón y Fe
de San Juan Pablo II).
1.1 ¿POR QUÉ HABLAR DE LA CIENCIA Y LA FE?
Desde hace algunos años surgieron algunas corrientes de pensamiento proponiendo que la razón humana, y sólo a través de pruebas llamadas "experimentos objetivos", es capaz de alcanzar la verdad total sobre el mundo y el Universo negando como superstición todo lo que no pudiera ser obtenido a través de un proceso que se conoce como "El método científico". A esta corriente se le ha conocido desde entonces como ciencia, aunque al pensamiento erróneo generado por seguidores fanáticos se le conoce como "cientifismo". Entre los aspectos de la realidad negados por esta corriente de pensamiento se encuentra la existencia de Dios.
La razón de esta negación radica en la creencia, promovida por esta corriente de pensamiento, en una forma de materialismo que considera como uno de sus axiomas o principios fundamentales, y que por tanto, para ellos, auto evidente y sin necesidad de demostración, la imposibilidad de la existencia de DIOS. Aunque esa corriente de pensamiento ha tenido que cambiar muchas de sus ideas fundamentales varias veces a lo largo de la historia, debido a que la misma investigación científica conforme progresa demuestra la insuficiencia de la doctrina racionalista básica, estas ideas han sido manipuladas y usadas como arma en contra de Cristo y de su Iglesia, proponiendo, sin bases, la existencia de un enfrentamiento, del todo artificial, entre la auténtica Ciencia, entendida como la búsqueda honesta del conocimiento, y la Religión, creencia falsa que desgraciadamente continúa propagándose a través de la educación de nuestros jóvenes y de nuestros científicos, de los medios de comunicación, etc., a pesar de que la realidad del mundo científico actual de alto nivel ya no justifica el racionalismo tradicional y fanático ni sus engendros como el materialismo y otras filosofías derivadas.
1. 2 ¿Es la fe contraria a la razón?
Para muchos opositores
del Cristianismo, tener fe es contrario a utilizar la razón. No sólo que la fe
es opuesta a la razón, sino que piensan que son mutuamente excluyentes: que
donde hay uno, no puede estar el otro. Al parecer, hay una gran guerra entre la
fe y la razón…
Hay dos tipos de fe: la fe ciega y la fe Bíblica. La fe ciega es lo que muchos opositores al Cristianismo concluyen como la única fe que se puede tener. Para ponerle una definición a la fe ciega, me uno a las palabras del famoso ateo Richard Dawkins:
“La fe es creer a pesar de, o tal vez por causa de, falta de evidencia.”
Esta “fe ciega” es contraria a lo que la Biblia establece.
La palabra “fe,” en el griego original del Nuevo Testamento es pistis. Pistis significa “confianza.” Fe es confianza.
Por supuesto, antes de confiar, se necesitan razones para confiar.
En otras palabras, hace falta tener evidencia de que algo es confiable para que puedas poner tu confianza en ello. Por eso es que los médicos – por poner un ejemplo – enmarcan y exhiben sus certificados de doctor y sus honores: para presentarse confiables o dignos de tener tu confianza. Para que se pueda tener fe en ellos.
Por lo tanto, cuando algo se ha demostrado ser confiable es completamente lógico y razonable poner tu fe (confianza) en ello.
Esto requiere uso de nuestra razón y de nuestro juicio para determinar qué es verdaderamente confiable. Por lo tanto, la fe es un ejercicio de nuestro intelecto. (énfasis añadido)
1.3 ¿QUÉ OPINAN LOS CIENTÍFICOS?
Mientras que para la Iglesia Católica no existe motivo alguno para un conflicto entre fe y ciencia, existen muchos científicos que se han empeñado en señalar la imposibilidad de entablar un diálogo sano entre ambas. Un estudio publicado en Estados Unidos mostraría que el problema no sería por causa de la fe ni de la ciencia, sino más bien de algunos científicos, quienes en su mayoría rechazan el dato revelado y se declaran ateos. con sus consecuentes prejuicios y vicios metodológicos.
El Informe
El informe elaborado por los historiadores Edward Larson de la Universidad de Georgia y Larry Witham del Instituto Discovery de Seattle, reveló que sólo el 40 por ciento de los científicos en Estados Unidos cree en un ser supremo y en la existencia de una vida después de la vida, mientras que la mayoría rechaza la sola posibilidad de la existencia de un ser trascendente. Así, según el informe, el 45 por ciento de científicos encuestados niega la existencia de Dios y se declara atea, mientras que un 15 por ciento de "indecisos" se declara agnóstico.
Siguiendo a Leuba
Las cifras, publicadas en la revista científica Nature, coincidieron sorprendentemente con unas presentadas por el investigador James Leuba, hace más de ocho décadas, en 1916. Tal como lo hiciera Leuba a principios de siglo, los dos historiadores realizaron encuestas a 1.000 personas elegidas del American Men and Women of Science, que consigna una relación general de los científicos norteamericanos.
Las cifras
Los científicos respondieron a preguntas acerca de si creían en la existencia de un Dios que responde a las plegarias, en la inmortalidad del hombre, o en la vida después de la muerte. Sorprendentemente los resultados coincidieron con los de Leuba: la mayoría de científicos se proclama abiertamente ateo y niega las verdades fundamentales de la fe. En efecto, en ambas encuestas, cerca del 45 por ciento se declaran "ateo" y el 15 por ciento "agnósticos".
La única diferencia entre la investigación de principios de siglo y la de Larson y Witham está en la distribución de los creyentes en las diferentes disciplinas. Así, mientras que en 1916 los más escépticos frente a la existencia de Dios fueron los biólogos con un 69,5 por ciento; en el reporte de Larson y Witham, la mayoría atea se ubicó entre los físicos y astrónomos.
REDACCIÓN CENTRAL, 20 Jun. 16 / 01:43 pm (ACI).- Para muchos el padre de la teoría del Big Bang (la gran explosión), es el físico ruso nacionalizado estadounidense, George Gamov; sin embargo, pocos saben que años antes esta teoría que busca explicar el origen del universo ya había sido propuesta por el sacerdote Georges Lemaître.
Gracias a sus estudios, en la década de 1920 tuvo la intuición de que el universo tenía una historia y se encontraba en evolución; oponiéndose así a la concepción de todos los científicos de época, especialmente Albert Einstein que estaba convencido de la teoría del universo estático, inmutable y eterno.
1. 4 LA REVELACIÓN DE LA SABIDURÍA DE DIOS.
7. En la base de toda la reflexión que la Iglesia lleva a cabo está la conciencia de ser depositaria de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo (cf. 2 Co 4, 1-2). El conocimiento que ella propone al hombre no proviene de su propia especulación, aunque fuese la más alta, sino del hecho de haber acogido en la fe la palabra de Dios (cf. 1 Ts 2, 13). En el origen de nuestro ser como creyentes hay un encuentro, único en su género, en el que se manifiesta un misterio oculto en los siglos (cf. 1 Co 2, 7; Rm 16, 25-26), pero ahora revelado. « Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9).
9. El Concilio Vaticano I enseña, pues, que la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica y la verdad que proviene de la Revelación no se confunden, ni una hace superflua la otra: « Hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto; por su principio, primeramente, porque en uno conocemos por razón natural, y en otro por fe divina; por su objeto también porque aparte aquellas cosas que la razón natural puede alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios de los que, a no haber sido divinamente revelados, no se pudiera tener noticia »
16. La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridad el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón. Lo atestiguan sobre todo los Libros sapienciales. Lo que llama la atención en la lectura, hecha sin prejuicios, de estas páginas de la Escritura, es el hecho de que en estos textos se contenga no solamente la fe de Israel, sino también la riqueza de civilizaciones y culturas ya desaparecidas. Casi por un designio particular, Egipto y Mesopotamia hacen oír de nuevo su voz y algunos rasgos comunes de las culturas del antiguo Oriente reviven en estas páginas ricas de intuiciones muy profundas.
Gracias a la inteligencia se da a todos, tanto creyentes como no creyentes, la posibilidad de alcanzar el « agua profunda » (cf. Pr 20, 5). Es verdad que en el antiguo Israel el conocimiento del mundo y de sus fenómenos no se alcanzaba por el camino de la abstracción, como para el filósofo jónico o el sabio egipcio. Menos aún, el buen israelita concebía el conocimiento con los parámetros propios de la época moderna, orientada principalmente a la división del saber. Sin embargo, el mundo bíblico ha hecho desembocar en el gran mar de la teoría del conocimiento su aportación original.
21. Para el Antiguo Testamento el conocimiento no se fundamenta solamente en una observación atenta del hombre, del mundo y de la historia, sino que supone también una indispensable relación con la fe y con los contenidos de la Revelación.
22. San Pablo, en el primer capítulo de su Carta a los Romanos nos ayuda a apreciar mejor lo incisiva que es la reflexión de los Libros Sapienciales. Desarrollando una argumentación filosófica con lenguaje popular, el Apóstol expresa una profunda verdad: a través de la creación los « ojos de la mente » pueden llegar a conocer a Dios. En efecto, mediante las criaturas Él hace que la razón intuya su « potencia » y su « divinidad » (cf. Rm 1, 20).
36. Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el anuncio cristiano tuvo que confrontarse desde el inicio con las corrientes filosóficas de la época. El mismo libro narra la discusión que san Pablo tuvo en Atenas con « algunos filósofos epicúreos y estoicos » (17, 18). El análisis exegético del discurso en el Areópago ha puesto de relieve repetidas alusiones a convicciones populares sobre todo de origen estoico. Ciertamente esto no era casual. Los primeros cristianos para hacerse comprender por los paganos no podían referirse sólo a « Moisés y los profetas »; debían también apoyarse en el conocimiento natural de Dios y en la voz de la conciencia moral de cada hombre (cf. Rm 1, 19-21; 2, 14-15; Hch 14, 16-17). Sin embargo, como este conocimiento natural había degenerado en idolatría en la religión pagana (cf. Rm 1, 21-32), el Apóstol considera más oportuno relacionar su argumentación con el pensamiento de los filósofos, que desde siempre habían opuesto a los mitos y a los cultos mistéricos conceptos más respetuosos de la trascendencia divina.
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