Transición de la Antigua alianza a la Nueva alianza
Sagradas Escrituras
Queda
derogada la disposición anterior en razón de su incapacidad de conducir a la
perfección
Porque
el cambio de sacerdocio implica necesariamente un cambio de Ley. [..] De él se
ha atestiguado: ‘Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de
Melquisedec.’ De esta manera queda derogada la disposición anterior, en razón
de su ineficacia e inutilidad–ya que la Ley es incapaz de conducir a la
perfección– y se introduce una esperanza mejor, que nos permite acercarnos a
Dios. (Heb 7, 12.17-19)
La primera Alianza, imperfecta, fue sustituida por otra
Pero
ahora, Cristo ha recibido un ministerio muy superior, porque es el mediador de
una Alianza más excelente, fundada sobre promesas mejores. Porque si esta
primera Alianza hubiera sido perfecta, no habría sido necesario sustituirla por
otra. En cambio, Dios hizo al pueblo este reproche: ‘Llegarán los días –dice el
Señor– en que haré una Nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá,
No como aquella que hice con sus padres el día en que los tomé de la mano para
sacarlos de Egipto. Ya que ellos no permanecieron fieles a mi Alianza, yo me
despreocupé de ellos’ –dice el Señor–: […] Al hablar de una Nueva Alianza, Dios
declara anticuada la primera, y lo que es viejo y anticuado está a punto de
desaparecer. (Heb 8, 6-9.13)
Cristo declaró abolido el primer régimen para establecer el
segundo
La
Ley, en efecto –al no tener más que la sombra de los bienes futuros y no la
misma realidad de las cosas– con los sacrificios repetidos año tras año en
forma ininterrumpida, es incapaz de perfeccionar a aquellos que se acercan a
Dios. De lo contrario, no se hubieran ofrecido más esos sacrificios, porque los
que participan de ellos, al quedar purificados una vez para siempre, ya no
tendrían conciencia de ningún pecado. En cambio, estos sacrificios renuevan
cada año el recuerdo del pecado, porque es imposible que la sangre de toros y
chivos quite los pecados. Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: ‘Tú no
has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has
mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces
dije: ‘Aquí estoy, yo vengo–como está escrito de mí en el libro de la Ley–para
hacer, Dios, tu voluntad’. El comienza diciendo: ‘Tú no has querido ni has
mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios
expiatorio’, a pesar de que están prescritos por la Ley. Y luego añade: ‘Aquí
estoy, yo vengo para hacer tu voluntad’. Así declara abolido el primer régimen
para establecer el segundo. (Heb 10, 1-9)
La antigua Alianza era transitoria, residía en la letra que
mata y no en el Espíritu
Él nos
ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside
en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da
vida. Ahora bien, si el ministerio que lleva a la muerte –grabado sobre
piedras– fue inaugurado con tanta gloria que los israelitas no podían fijar sus
ojos en el rostro de Moisés, por el resplandor –aunque pasajero– de ese rostro,
¡cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu! Y si el ministerio que
llevaba a la condenación fue tan glorioso, ¡cuál no será la gloria del
ministerio que conduce a la justicia! En realidad, aquello que fue glorioso
bajo cierto aspecto ya no lo es más en comparación con esta gloria
extraordinaria. Porque si lo que era transitorio se ha manifestado con tanta
gloria, ¡cuánto más glorioso será lo que es permanente! (2Co 3, 6-11)
Las
cuestiones de alimento y sábados son sombra de una realidad futura, el Cuerpo
de Cristo
Por
eso, que nadie los critique por cuestiones de alimento y de bebida, o de días
festivos, de novilunios y de sábados. Todas esas cosas no son más que la sombra
de una realidad futura, que es el Cuerpo de Cristo. (2Col,16-17)
Pío XII
Con la
muerte del Redentor, la Nueva sucedió a la Ley Antigua, que sería enterrada y
resultaría mortífera
Y, en
primer lugar, con la muerte del Redentor, a la Ley Antigua abolida sucedió el
Nuevo Testamento; entonces en la sangre de Jesucristo, y para todo el mundo,
fue sancionada la Ley de Cristo con sus misterios, leyes, instituciones y ritos
sagrados. Porque, mientras nuestro Divino Salvador predicaba en un reducido
territorio -pues no había sido enviado sino a las ovejas que habían perecido de
la casa de Israel (Mt 15, 24) – tenían valor, contemporáneamente, la Ley y el
Evangelio (S.T. I-II, q.103, a.3, ad 2); pero en el patíbulo de su muerte Jesús
abolió la Ley con sus decretos (cf. Ef 2,15), clavó en la Cruz la escritura del
Antiguo Testamento (cf. Col 2,14), y constituyó el Nuevo en su sangre,
derramada por todo el género humano (cf. Mt 26,28; 1Co 11, 25). Pues, como dice
San León Magno, hablando de la Cruz del Señor: ‘De tal manera en aquel momento
se realizó un paso tan evidente de la Ley al Evangelio, de la Sinagoga a la
Iglesia, de lo muchos sacrificios a una sola hostia, que, al exhalar su
espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente de arriba abajo aquel velo místico que
cubría a las miradas el secreto sagrado del templo’ (León Magno, Sermón 68, 3 –
PL 54, 374). En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja, que en breve había de ser
enterrada y resultaría mortífera, para dar paso al Nuevo Testamento, del cual
Cristo había elegido como idóneos ministros a los Apóstoles (2Co 3,6).
(Encíclica Mystici Corporis Christi, 29 de junio de 1846)
Santo Tomás de Aquino
La Ley
Antigua poseía tres géneros de preceptos: morales, ceremoniales y judiciales
Conforme
a esto, debemos poner en la Ley tres géneros de preceptos: los morales, que son
los dictámenes de la ley natural; los ceremoniales, que son las determinaciones
sobre el culto divino, y los judiciales, o sea, las determinaciones de la
justicia que entre los hombres se ha de observar. Por donde el Apóstol, después
de afirmar que ‘la ley es santa’, añade que ‘el mandato es justo, y bueno, y
santo’. Lo justo mira a los preceptos judiciales; lo santo, a los ceremoniales,
pues santo se dice cuanto está a Dios consagrado; lo bueno, esto es, lo
honesto, mira a los morales. (Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.99, a.4,
co.)
Los
preceptos morales: partes de los preceptos del Decálogo
Los
preceptos morales se distinguen de los ceremoniales y judiciales. Los morales
versan directamente sobre las buenas costumbres (Santo Tomás de Aquino, S.Th.
I-II, q.100, a.1, co.)
Los
preceptos [morales] de la Ley son partes de los preceptos del Decálogo (Santo
Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.100, a.2, s.c.)
Los preceptos ceremoniales: pertenecen al culto de Dios
Los
preceptos ceremoniales determinan el sentido de los morales en lo que dice
relación con Dios, como los judiciales determinan el de los preceptos morales
en lo que mira a las relaciones con el prójimo. Pero el hombre se ordena a Dios
por el debido culto, y así los preceptos ceremoniales, propiamente hablando,
son los que pertenecen al culto de Dios. (Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II,
q.101, a.1, co.)
Los
preceptos ceremoniales no podían purificar del pecado porque no encerraban en
sí la gracia
La
impureza de la mente, que es la impureza del pecado, no tenían virtud de
limpiarla las ceremonias de la ley, porque la expiación de los pecados nunca se
pudo hacer sino por Cristo, ‘que quita los pecados del mundo’, como se dice en
Jn 1,29. […] No podían purificar del pecado, como el Apóstol dice en Heb 10,4:
‘Imposible era con la sangre de los toros o de los machos cabríos quitar los
pecados.’ Por esto el Apóstol llama a estas ceremonias en Gál 4,9 elementos
pobres y flacos: flacos, porque no pueden limpiar del pecado. Pero esta
flaqueza les viene de su pobreza, porque no encierran en sí la gracia. […] Así
pues, está claro que las ceremonias de la ley no tenían virtud de justificar.
(Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.103, a.2, co.)
Los preceptos ceremoniales debieron desaparecer para
instituir las ceremonias de la Ley Nueva
El
culto exterior debe estar en armonía con el interior, que consiste en la fe, la
esperanza y la caridad. Luego, según la diversidad del culto interior, debe
variar el exterior. Podemos distinguir tres grados en el culto interior: el
primero, en que se tiene la fe y la esperanza de los bienes celestiales y de
aquellos que nos introducen en estos bienes, como de cosas futuras; y tal fue
el estado de la fe y de la esperanza en el Viejo Testamento. El segundo es
aquel en que tenemos la fe y la esperanza de los bienes celestiales como de
cosas futuras; pero de las cosas que nos introducen en aquellos bienes las
tenemos como de cosas presentes o pasadas, y éste es el estado de la Ley Nueva.
El tercer estado es aquel en que unas y otras son ya presentes y nada de lo que
se cree es ausente ni se espera para el futuro, y éste es el estado de los
bienaventurados. En este estado de los bienaventurados, nada habrá figurativo
de cuanto pertenece al culto divino; todo será acción de gracias y voces de
alabanza (Is 51,3); por lo cual se dice en el Apocalipsis (21,22) que en la
ciudad de los bienaventurados no se ve templo; porque el Señor Dios omnipotente
es su templo junto al Cordero. Pero, por la misma razón, las ceremonias del
primer estado, figurativo del segundo y del tercero, llegado el segundo estado,
debieron desaparecer, para instituir otras ceremonias que se armonizasen con el
estado del culto divino en aquel tiempo en que los bienes celestiales son
futuros, pero los beneficios de Dios, que nos introducen en el cielo, son
presentes.
El
misterio de la redención del género humano se consumó en la pasión de Cristo.
Por esto dijo el Señor: ‘Acabado es’, según leemos en Jn 19,30, y entonces
debieron cesar totalmente los ritos legales, como que ya estaba consumada su
razón de ser. En señal de esto se lee que se rasgó el velo del templo (Mt
27,51). (Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.103, a.3, co./ad2)
Es pecado mortal observar los ritos antiguos después de la
Pasión de Cristo
Está
la sentencia del Apóstol, que dice a los Gálatas 5,2: ‘Si os circuncidáis,
Cristo no os aprovechará de nada.’ Pero nada excluye el fruto de la redención
de Cristo, fuera del pecado mortal; luego el circuncidarse y observar los otros
ritos legales después de la pasión de Cristo es pecado mortal.
Son
las ceremonias otras tantas profesiones de la fe, en qué consiste el culto
interior; y tal es la profesión que el hombre hace con las obras cual es la que
hace con las palabras. Y, si en una y otra profesa el hombre alguna falsedad,
peca mortalmente. Y, aunque sea una misma la fe que los antiguos patriarcas
tenían de Cristo y la que nosotros tenemos, como ellos precedieron a Cristo y
nosotros le seguimos, la misma fe debe declararse con diversas palabras por
ellos y por nosotros, pues ellos decían: ‘He aquí que la virgen concebirá y
parirá un hijo,’ que es expresión de tiempo futuro; mientras que nosotros
expresamos la misma fe por palabras de tiempo pasado: que la Virgen ‘concibió y
parió.’ De igual modo las ceremonias antiguas significaban a Cristo, que
nacería y padecería; pero nuestros sacramentos lo significan como nacido y
muerto. Y como pecaría quien ahora hiciera profesión de su fe diciendo que
Cristo había de nacer, lo que los antiguos con piedad y verdad decían, así
pecaría mortalmente el que ahora observase los ritos que los antiguos
patriarcas observaban piadosa y fielmente. Esto es lo que dice San Agustín en
Contra Faustum: ‘Ya no se promete que nacerá Cristo, que padecerá, que
resucitará, como los antiguos ritos pregonaban; ahora se anuncia que nació, que
padeció, que resucitó, y esto es lo que pregonan los sacramentos que practican
los cristianos.’ (Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.103, a.4, s.c./co.)
Los
preceptos judiciales, que regulan las relaciones humanas en el pueblo hebreo,
cesaron con la venida de Cristo
Los
preceptos judiciales – estos preceptos implican, pues, un doble concepto: que
miran a regular las relaciones de los hombres y que no tienen fuerza de obligar
de sola la razón, sino de institución divina o humana (S.Th. I-II, q.104, a.1,
co.)
Los
preceptos judiciales no tuvieron valor perpetuo y cesaron con la venida de
Cristo. Pero de diferente manera que los ceremoniales. Porque éstos de tal
suerte fueron abrogados que no sólo son cosa muerta, sino mortífera para
quienes los observan después de Cristo, y más después de divulgado el
Evangelio. Los preceptos judiciales están muertos, porque no tienen fuerza de
obligar; pero no son mortíferos, y si un príncipe ordenase en su reino la
observancia de aquellos preceptos, no pecaría, como no fuera que los observasen
o impusiesen su observancia considerándolos como obligatorios en virtud de la
institución de la ley antigua. Tal intención en la observación de estos preceptos
sería mortífera. (Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.104, a.3, co.)
Cristo
cumplió la Ley, y la perfeccionó con obras y doctrina; y dio la gracia para
cumplir la Ley
Dice
el Señor (Mt 5,17): ‘No he venido a anular la ley, sino a cumplirla; y después
añade (Mt 5,18): ‘Ni una ‘jota’ o ápice pasará de la ley hasta que todo se
cumpla.’
Todo
lo perfecto suple lo que a lo imperfecto falta; y, según esto, la Ley Nueva
perfecciona a la antigua en cuanto suple lo que faltaba a la Antigua. En la
Antigua Ley pueden considerarse dos cosas: el fin y los preceptos contenidos en
ella. […] El fin de la Antigua Ley era la justificación de los hombres, lo cual
la ley no podía llevar a cabo, y sólo la representaba con ciertas ceremonias, y
con palabras la prometía. En cuanto a esto, la Ley Nueva perfecciona a la
Antigua justificando por la virtud de la pasión de Cristo. Esto es lo que da el
Apóstol a entender cuando dice en Rom 8,3: ‘Lo que era imposible a la ley,
Dios, enviando a su Hijo en la semejanza de la carne del pecado, condenó al
pecado en la carne, para que se cumpliese en nosotros la justificación de la
ley.’ Y, en cuanto a esto, la Nueva Ley realiza lo que la Antigua prometía,
según aquello de 2 Cor 1,20: ‘Cuantas son las promesas de Dios, están en él,’
esto es, en Cristo. Y, asimismo, en esto también realiza lo que la Antigua Ley
representaba. Por lo cual, en Col 2,17, se dice de los preceptos ceremoniales
que eran ‘sombra de las cosas futuras, pero la realidad es Cristo;’ esto es, la
verdad pertenece a Cristo. Y por eso la Ley Nueva se llama ‘ley de verdad,’
mientras que la Antigua es ‘ley de sombra o figura’. Ahora bien, Cristo
perfeccionó los preceptos de la Antigua Ley con la obra y con la doctrina; con
la obra, porque quiso ser circuncidado y observar las otras cosas que debían
observarse en aquel tiempo, según aquello de Gal 4,4: ‘Hecho bajo la ley.’ Con
su doctrina perfeccionó los preceptos de la Ley de tres maneras: en primer
lugar, declarando el verdadero sentido de la ley, como consta en el homicidio y
adulterio, en cuya prohibición los escribas y fariseos no entendían prohibido
sino el acto exterior; por lo cual el Señor perfeccionó la Ley enseñando que
también caían bajo la prohibición los actos interiores de los pecados (Mt
5,20). En segundo lugar, el Señor perfeccionó los preceptos de la Ley ordenando
el modo de observar con mayor seguridad lo que había mandado la Antigua Ley.
Por ejemplo: estaba mandado que nadie perjurase, lo cual se observará mejor si
el hombre se abstiene totalmente del juramento, a no ser en caso de necesidad
(Mt 5,33). En tercer lugar, perfeccionó el Señor los preceptos de la Ley
añadiendo ciertos consejos de perfección, como aparece por Mt 19,21 en la
respuesta al que dijo que había cumplido los preceptos de la Ley Antigua: ‘Aún
te falta una cosa; si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes,’ etc.
(cf. Mc 10,21; Lc 18,22). (Santo Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.107, a.2,
s.c./co.)
La Ley Nueva perfecciona la Ley Antigua
Toda
ley ordena la vida humana a la consecución de un fin. […] Así pues, se pueden
distinguir dos leyes: de un modo, en cuanto son totalmente diversas, como
ordenadas a diversos fines. […] De otro modo pueden diferenciarse dos leyes, en
cuanto que la una mira más de cerca el fin y la otra lo mira más de lejos. […]
Así pues, hay que decir que del primer modo la Ley Nueva no es distinta de la
Antigua, pues ambas tienen un mismo fin, a saber: someter a los hombres a Dios.
Ahora bien, uno mismo es el Dios del Nuevo y del Antiguo Testamento, según
aquello de Rom 3,30: ‘Uno mismo es el Dios que justifica la circuncisión por la
fe y el prepucio mediante la fe.’ De otro modo, la Ley Nueva es diferente de la
Antigua, porque la Antigua es como un ayo de niños, según el Apóstol dice (Gal
3,24); en cambio, la Nueva es ley de perfección, porque es ley de caridad, y de
ésta dice el Apóstol en Col 3,14 que es ‘vínculo de perfección’.
Todas
las diferencias señaladas entre la Nueva y la Antigua Ley están tomadas de su
perfección o imperfección, pues los preceptos de la ley se dan acerca de los
actos de las virtudes. […] Por esto la Ley Antigua, que se daba a los
imperfectos, esto es, a los que no habían conseguido aún la gracia espiritual,
se llamaba ‘ley de temor’, en cuanto que inducía a la observancia de los
preceptos mediante la conminación de ciertas penas. De ella se dice que tenía
también ciertas promesas temporales. En cambio, los que tienen el hábito de la
virtud se inclinan a obrar los actos de virtud por amor de ésta, no por alguna
pena o remuneración extrínseca. Por eso la Ley Nueva, que principalmente
consiste en la misma gracia infundida en los corazones, se llama ‘ley de amor’,
y se dice que tiene promesas espirituales y eternas, las cuales son objeto de
la virtud, principalmente de la caridad; y por sí mismos se inclinan a ellas,
no como cosas extrañas, sino como propias. Por eso también se dice que la Ley
Antigua ‘cohibía la mano y no el ánimo,’ pues el que por temor del castigo se
abstiene de algún pecado, no se aparta totalmente del pecado con la voluntad,
como se aparta el que por amor de la justicia se abstiene del pecado. Por eso
se dice que la Ley Nueva, que es la ley del amor, ‘cohíbe el ánimo’. (Santo
Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q.107, a.1, co./ad 2)
III: ¿Qué implica el amor de Dios al pueblo judío?
Sagradas Escrituras
Todo
el pueblo de Israel debe reconocer a Jesús como Señor y Mesías
Entonces,
Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: […] ‘Israelitas,
escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes
realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos
conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la
previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio
de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la
muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. […] A este
Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder
de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado
como ustedes ven y oyen. […]. Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer
que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías’. Al
oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los
otros Apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué debemos hacer?’. Pedro les respondió:
‘Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean
perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la
promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están
lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar’. (Hechos 2,
14.22-24.32.36-39)
Jesús, el Mesías destinado a los herederos de los profetas
y de la Alianza
Pedro
dijo al pueblo: ‘Israelitas, ¿de qué se asombran? […] El Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a
quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había
resuelto ponerlo en libertad. […] Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse,
para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del
consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. El debe
permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios
anunció antiguamente por medio de sus santos profetas. Moisés, en efecto, dijo:
‘El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta
semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga. El que no
escuche a ese profeta será excluido del pueblo.’ Y todos los profetas que ha
hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días. Ustedes son los
herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados,
cuando dijo a Abraham: ‘En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos
de la tierra’. Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió
para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades’. (Hechos 3,
12.13.19-26)
La Ley recibida por intermedio de los ángeles no fue
cumplida
Esteban
respondió [al Sumo Sacerdote]: ‘Hermanos y padres, escuchen: […] Y este mismo
Moisés dijo a los israelitas: Dios suscitará de entre ustedes un profeta
semejante a mí. Y cuando el pueblo estaba congregado en el desierto, él hizo de
intermediario en el monte Sinaí, entre el ángel que le habló y nuestros padres,
y recibió las palabras de vida que luego nos comunicó. Pero nuestros padres no
sólo se negaron a obedecerle, sino que lo rechazaron y, sintiendo una gran
nostalgia por Egipto, dijeron a Aarón: ‘Fabrícanos dioses […] ¡Hombres
rebeldes, paganos de corazón y cerrados a la verdad! Ustedes siempre resisten
al Espíritu Santo y son iguales a sus padres. ¿Hubo algún profeta a quien ellos
no persiguieran? Mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el mismo que
acaba de ser traicionado y asesinado por ustedes, los que recibieron la Ley por
intermedio de los ángeles y no la cumplieron’. (Hechos 7, 2.37-41.51-53)
Un
velo cubre su inteligencia siempre que leen a Moisés – hasta que se convierten
al Señor
Animados
con esta esperanza, nos comportamos con absoluta franqueza, y no como Moisés,
que se cubría el rostro con un velo para impedir que los israelitas vieran el
fin de un esplendor pasajero. Pero se les oscureció el entendimiento, y ese
mismo velo permanece hasta el día de hoy en la lectura del Antiguo Testamento,
porque es Cristo el que lo hace desaparecer. Sí, hasta el día de hoy aquel velo
les cubre la inteligencia siempre que leen a Moisés. Pero al que se convierte
al Señor, se le cae el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad. (2Co 3, 11-16)
Catecismo de la Iglesia Católica
Es una
necedad y agravio a Dios no poner los ojos totalmente en Cristo
Cristo,
el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del
Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la
Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Heb
1,1-2 (Subida al monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v.11,
Burgos, 1929, p.184.): ‘Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una
Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta
sola Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en partes
a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o
revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo
los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad’.
(Catecismo de la Iglesia Católica, n.65)
Cuando
los judíos se acerquen a Cristo ya no serán abandonados
Por
tanto, el Profeta os llama a esta luz del Señor cuando dice: ‘Y ahora tú, casa
de Jacob, venid, caminemos en la luz del Señor.’ Tú, casa de Jacob, a la que ha
llamado y ha elegido. No Tú, a la que ha abandonado. Pues ‘ha abandonado a su
pueblo, a la casa de Israel’ (Is 2,5-6). Quienesquiera que desde allí queráis
venir, pertenecéis ya a esa a la que ha llamado; estaréis libres de aquella a
la que ha abandonado. En efecto, la luz del Señor en la que caminan los pueblos
es aquella de la cual dice el mismo Profeta: ‘Te he puesto para luz de los
pueblos, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra’ (Is 49,6).
¿A quién dice esto sino a Cristo? ¿De quién se ha cumplido sino de Cristo? […]
Luego ‘acercaos a Él y seréis iluminados’ (Sal 33,6); ¿qué es: Acercaos sino
creer? ¿Adónde vais, pues, a acercaros a Él, siendo Él la piedra de la que el
profeta Daniel dice que, creciendo, se ha hecho un monte tan grande que llena
toda la superficie de la tierra (Cf. Dn 2,35)? Del mismo modo, los pueblos que
dicen: Venid, subamos al monte del Señor, no intentan tampoco caminar y llegar
a lugar alguno. Donde están, allí suben, porque en todo lugar se ofrece un
sacrificio según el orden de Melquisedec. Así, también otro profeta dice: ‘Dios
extermina a todos los dioses de los pueblos de la tierra, y le adoran cada uno
desde su lugar’ (So 2,11). Cuando, pues, se os dice: ‘Acercaos a Él’, no se os
dice: Preparad las naves o las acémilas y cargad con vuestras víctimas; caminad
desde lo más lejano hasta el lugar donde Dios acepte los sacrificios de vuestra
devoción, sino: Acercaos a Aquel de quien oís predicar; acercaos a Aquel que es
glorificado ante vuestros ojos. No os cansaréis caminando, porque os acercáis
allí donde creéis. (San Agustín – Adversus Iudaeos, n.14)
Se
debe invitar a los judíos a la conversión con amor, resistiendo continuarán
pecadores
Carísimos,
ya escuchen esto los judíos con gusto o con indignación, nosotros, sin embargo,
y hasta donde podamos, prediquémoslo con amor hacia ellos. De ninguna manera
nos vayamos a gloriar soberbiamente contra las ramas desgajadas, sino más bien
tenemos que pensar por gracia de quién, con cuánta misericordia y en qué raíz
hemos sido injertados (Rm 11, 17-18), para que no por saber altas cosas, sino
por acercarnos a los humildes, les digamos, sin insultarlos con presunción,
sino saltando de gozo con temblor (Sal 2,11): ‘Venid, caminemos a la luz del
Señor’ (Is 2,5), porque ‘su nombre es grande entre los pueblos’(Ml 1,11). Si
oyeren y escucharen, estarán entre aquellos a quienes se les dijo: ‘Acercaos a
Él y seréis iluminados, y vuestros rostros no se ruborizarán’ (Sal 33,6). Si
oyen y no obedecen, si ven y tienen envidia, están entre aquellos de quienes se
ha dicho: ‘El pecador verá y se irritará, rechinará con sus dientes y se
consumirá de odio’ (Sal 111,10). ‘Yo, en cambio’, dice la Iglesia a Cristo,
‘como olivo fructífero en la casa del Señor, he esperado en la misericordia de
Dios eternamente y por los siglos de los siglos (Sal 51,10).’ (San Agustín –
Adversus Iudaeos, n.12-13)
Catecismo de la Iglesia Católica
La
venida final de Cristo se vincula al reconocimiento del Mesías por todo Israel,
del que una parte está endurecida en la incredulidad
La
venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm
11,31) se vincula al reconocimiento del Mesías por ‘todo Israel’ (Rm 11,26; Mt
23,39) del que ‘una parte está endurecida’ (Rm 11,25) en ‘la incredulidad’ (Rm
11,20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de
Pentecostés: ‘Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo
que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el
tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus
profetas’ (Hec 3,19-21). Y san Pablo le hace eco: ‘si su reprobación ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre
los muertos?’ (Rm 11,5). La entrada de ‘la plenitud de los judíos’ (Rm 11,12)
en la salvación mesiánica, a continuación de ‘la plenitud de los gentiles’ (Rm
11,25, cf. Lc 21,24) hará al pueblo de Dios ‘llegar a la plenitud de Cristo’
(Ep 4,13) en la cual ‘Dios será todo en nosotros’ (1Co 15,28). (Catecismo de la
Iglesia Católica, n.674)
Se
debe pretender la conversión de los judíos
Sagradas Escrituras
No
cumplieron la ley por recurrir a las obras y no a la fe
¿Qué
conclusión sacaremos de todo esto? Que los paganos que no buscaban la justicia,
alcanzaron la justicia, la que proviene de la fe; mientras que Israel, que
buscaba una ley de justicia, no llegó a cumplir esa ley. ¿Por qué razón? Porque
no recurrieron a la fe sino a las obras. De este modo chocaron contra la piedra
de tropiezo, como dice la Escritura: ‘Yo pongo en Sión una piedra de tropiezo y
una roca que hace caer, pero el que cree en él, no quedará confundido.’ (Rm
9,30-33)
Un
celo mal entendido, afirmar la propia justicia sin someterse a Dios
Hermanos,
mi mayor deseo y lo que pido en mi oración a Dios es que ellos se salven. Yo
atestiguo en favor de ellos que tienen celo por Dios, pero un celo mal
entendido. Porque desconociendo la justicia de Dios y tratando de afirmar la
suya propia, rehusaron someterse a la justicia de Dios, ya que el término de la
Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree. (Rm 10, 1-4)
El
endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la totalidad
de los paganos, mientras tanto continúan enemigos de Dios
Hermanos,
no quiero que ignoren este misterio, a fin de que ‘no presuman de ustedes
mismos’: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado
la totalidad de los paganos. Y entonces todo Israel será salvado, según lo que
dice la Escritura: ‘De Sión vendrá el Libertador. Él apartará la impiedad de
Jacob. Y esta será mi alianza con ellos, cuando los purifique de sus pecados.’
Ahora bien, en lo que se refiere a la Buena Noticia, ellos son enemigos de
Dios, a causa de ustedes; pero desde el punto de vista de la elección divina,
son amados en atención a sus padres. Porque los dones y el llamado de Dios son
irrevocables. En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a
causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia. De la misma
manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a
obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia.
Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de
todos. ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios!
¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! ‘¿Quién
penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio
algo, para que tenga derecho a ser retribuido?’ Porque todo viene de él, ha
sido hecho por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén. (Rm
11,25-36)
Sobre la Carta a los Romanos: Santo Tomás de Aquino
Dios
quiere que por su misericordia todos se salven
Por lo
cual Dios quiere que todos por su misericordia se salven, para que por esto
mismo se humillen, y no se atribuyan a sí mismos su salvación sino a sólo Dios.
‘Tu perdición ¡oh Israel! viene de ti mismo, y sólo de Mí tu socorro’ (Oseas
13,9). ‘Que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios’
(Rm 3,19). (Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Epístola a los Romanos, cap.
11, lectio 4)
Fuente:
Delante de la Fe
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